domingo, 13 de mayo de 2018

Alegoría de un consolador


Catalina tenía una existencia cómoda, terminó sus estudios y disfrutaba de un departamento en el centro. En la vida pública, ella degradaba uno de los grandes misterios de su especie: el sexo. Pero en la vida privada no conocía freno. A temprana edad desechó esa romántica dignidad que impone la dictadura de los recatados. 

Pero algo pasaba por la cabeza de Catalina. Ella notó lo que muchos advierten pero tienen miedo de aceptar: No quería dedicar su vida a un inmundo intruso, más conocido como “pareja”. Entonces decidió eliminar todo contacto sexual y sentimental. En ese momento es dónde yo aparezco.

Escondido en su bolso y cubierto por una linda funda de seda negra, me llevó a su casa. Recuerdo que se recostó en la cama y me sacó del bolso. Deslizó la envoltura de seda para ver mi cabeza; logré observar su mirada curiosa. Catalina se cubrió con las cobijas de la cama teniéndome firmemente en su mano, me introdujo en su boca, me lamió, me besó, me llevó a la órbita carnosa de su género… 

Nuestras noches, mañanas y tardes, transcurrían con una normal adicción ante la novedad. Ella pasaba los fines de semana completamente desnuda, paseándose por el departamento, esperando otro brote de excitación.

Las cosas empezaron a cambiar con el tiempo. Los fines de semana ya no eran dedicadas al libido, ella me colocaba en la almohada de su cama y veía películas conmigo. En las mañanas ya no me llevaba a la ducha, ella me ponía en la silla de la cocina y me preguntaba sobre las noticias del diario. Las noches dejaron de ser viajes eternos por las cuencas del deseo, ella me contaba las aventuras de sus amigas hasta quedarse dormida. Las frases que salían de su boca dejaron de ser “¡que rico!” y se convirtieron en “Te quiero”.

La situación se volvió enfermiza, llevarme para sexo y luego convertirme en su compañero. Tuve que hablar con Catalina. Le dije: “No te entiendo. Creo que estás realmente confundida. No sabes lo que quieres. Creí que esto era sin ataduras sentimentales”. Ella no dijo nada, solo algo se apagó en su mirada. Quizás mis comentarios, o la realidad, hicieron que me guarde en un cajón.

Tres meses pasaron sin que Catalina deslice la seda negra, tres meses en los que medité y hasta extrañé las tonterías que hacíamos. Cuando vi la luz, de inmediato vi la oscuridad, la oscuridad de Catalina. Era como si el instinto reinara, compulsivamente me usaba una y otra vez. Adiós a las charlas o  las risas, todo era espasmo tras espasmo y luego al cajón.

Fui la herramienta que pedí ser. Entrar  y salir sin hacer preguntas. Catalina se mojó por completo en los fluidos de la quimera. Dejó de fijarse en mí, comenzó a fantasear con extraños y personajes de la televisión. Yo sentía que perdí a la Catalina de antes (a la que en su momento odié).

Una noche, mientras me sacaba del cajón y se acomodaba en la cama, hablé de nuevo con ella. Le dije: “No insistas, Catalina, no deseo. ¡Qué más quisiera yo! ¡Claro que quisiera cazarte, abrazarte, asfixiarte, como sé que te gusta! Pero, ¿no piensas en mí y en lo que siento? ¿Te preguntas si la oscuridad a la que soy sometido es suficiente para ser feliz? ¿Cuándo me volví en tu juguete?”. Yo seguí diciendo tonterías como esas, pero ella no escuchaba (cómo iba a escuchar si mientras yo hablaba, ella seguía en su correteo manual). 

La discusión terminó cuando Catalina me cubrió con mi funda de seda negra. Ella se alejó de la cama y tomó una caja de su bolso.

Nuestra relación terminó cuando leí lo que decía en la caja: “Estimulador vibratorio DELUXE de gelatina rosa, 19 cm, incluye baterías”.

Francisco Contreras
Quito - Ecuador
Contacto: contreeltao@gmail.com 


domingo, 1 de abril de 2018

Reloj de arena


Pequeñas partículas moviéndose a través del tiempo por la orden de un deseo superior. ¿No es ese el mejor ejemplo de la mecánica de nuestro universo? Quizás para ustedes no, pero cuando un hombre pasa tanto tiempo en su trabajo, busca las explicaciones universales en su labor. Yo confecciono relojes de arena.

El mundo es una fábrica de héroes y villanos destinados a ser arena. ¡Qué maravilloso final! ¡Qué ilustre destino! Pero hago un encargo especial. Yo agrupo a los villanos y los encierro en prisiones del tiempo. Mis relojes están llenos de infames que no merecen volar con la brisa del viento.

En mi taller habita la justicia, mi justicia.  Limpio las calles de esa arena que enceguece, que lastima. ¿Creen que lo  hago  por el intenso pedir de mi demencia? ¿Sabían que la arena más blanca la fabrico con dientes? ¿Nunca han contemplado la textura de un hueso triturado? Se esparce por los dedos, créanme, es muy bello. 

Francisco Contreras
Quito - Ecuador
2018
Contacto: contreeltao@gmail.com


sábado, 10 de febrero de 2018

Dicen...



“¡El desgraciado sigue suelto!”, dice mi jefe. “Pobres muchachas”, dice mi madre. “¡La prensa nos come vivos!”, me dice el fiscal. “Estamos trabajando”, les digo yo.

“Señor investigador, ¿por qué le hicieron eso a mi hija”, me dice una madre. “El asesino deja una envoltura de chocolate como firma”, dijo el fiscal. “¿Y mi orgasmo?”, dice ella.  “20 mujeres desmembradas”, dice el diario. “Quiero el divorcio”, dice ella. “¡Estoy harto!”, les digo yo. 

“Ya tengo su paquete de chocolates; usted parece adicto”, me dice el vendedor. “Sí, adicto”, le digo yo.

Francisco Contreras
Quito - Ecuador
2018

miércoles, 18 de octubre de 2017

El periódico



Gonzalo Cadena siempre vivió solo. Todos los días, él compraba el periódico en el kiosco que está cruzando la calle. Me lo encontré ahí una mañana, me hizo una invitación para  tomar una copa en su casa. “Lo espero a las 8pm”, dijo él. Yo acepté, no tenía muchos amigos en el barrio y me parecía amigable.

Imaginé que tendría un hogar de apariencia excéntrica, lo creía por su forma ermitaña de ser, pero no era nada fuera de lo común. Me recibió de forma amable y me invitó a sentarme en el sillón de su sala; tomé asiento junto a él.

Me dio una copa de vino. Hablamos de los vecinos. Contó dos anticuados chistes. Y cuando el reloj marcó las 10 de la noche, me dispuse a despedirme. Al levantarme del sofá noté que Cadena apilaba muchos periódicos en una de las esquinas de la sala.

-¿Le gusta mucho leer el periódico?- le pregunté a Cadena.
-No, yo odio el periódico- respondió sonriendo.
-Entonces, ¿para qué los compra?
-Compro el periódico para no perder la noción de la realidad, bueno, de esta realidad. ¿Nunca se preguntó por qué no salgo del barrio? Lo único que sé es que me llamo Gonzalo Cadena,  o eso creo. Tengo que leer el periódico para saber en dónde vivo y qué es lo que sucede, porque todo el tiempo tengo sueños y olvido hasta el año en el que estamos.
-¿Cómo son sus sueños?- le pregunté
-¿Nunca siente que esta vida es ajena a usted? Yo estoy casi seguro que este no es mi cuerpo, que un ser atemporal me dejó aquí y necesito salir. ¡Yo quiero salir!
- Sr. Cadena, ¿qué clase de broma es esa?
-No es broma, yo estoy maldito. Y el dueño de este cuerpo fue quien me maldijo, pero ahora ya sé como emerger y ser yo.
-No está maldito, Sr. Cadena. Usted necesita ayuda.
-Lo que necesitaba usted ya me lo trajo.

Él se aproximó hacia mí, extendió su mano y tocó mi hombro.

-¿Qué planea conmigo?- pregunté.
-El kiosco abre a las 8 de la mañana- dijo Cadena.

Sentí un fuerte mareo y aprecié cómo mi cabeza revotaba en el suelo al caer. Miré al techo y apareció un bucle de luces, de todos los colores, era hermoso. Mi cuerpo se proyectaba como una sombra en medio de la luz, pero algo andaba mal. Luego todo se hizo oscuridad.


***
Abrí los ojos, sentía que dormí más de dos noches enteras. Alguien tocó el timbre de la casa. Ya había amanecido, yo seguía tendido en el suelo, en el suelo de la casa de Cadena. Me levanté despacio y abrí la puerta. Era mi esposa con tristeza en el rostro.


-Buenos días, usted debe ser el Sr. Cadera. No quiero molestarlo, pasaba para preguntar si sabe algo de mi esposo, hace dos días no aparece- dijo ella.

Miré mis manos y lloré.

-No sé nada. Discúlpeme, pero tengo que comprar el periódico.


Francisco Contreras
Quito- Ecuador

viernes, 25 de agosto de 2017

Café salado



La oscuridad se esparce lentamente, es una energía que se apodera del fluido incoloro, es café instantáneo remoloneándose por  el movimiento de la cuchara. 

-¿Quiere azúcar?-pregunta la camarera.
-Me gusta amargo- responde el Sr. Fuentes y  baja su sombrero para que no vean sus ojos.

 La cafetería es donde el Sr. Fuentes  inhala los aires nostálgicos de una vida mal vivida. Es el mismo lugar donde, hace años, perdió su hálito de existir como los comunes. Por eso vive llenando su panza de líquidos calientes para engañar al vacio que va más allá de sus tripas.

Pobre Sr. Fuentes, es un hombre rezagado al que sus contemporáneos dejaron atrás. Pasa sus noches escribiendo en cada servilleta los oscuros deseos que atraviesan el sombrero. Reconcomios comunes para los sufridores sin alma, para los que se perdieron en la brisa de una falda y una sonrisa mentirosa. 

Una lágrima cae en el café, una onda expansiva de despedidas que se callan con el meneo de la cuchara. 

-¿Quiere otro café?-pregunta la camarera.
-Deme otro espíritu, bien cargado y sin azúcar.


Francisco Contreras
Quito- Ecuador
2017