sábado, 27 de febrero de 2016

En fin...

Aplausos suenan, la gente se levanta, las cámaras de televisión enfocan a las multitudes. El Presidente da su discurso. Olas de agravios y victorias salen de la boca del gobernante. Los presentes entran en éxtasis, como si fuese un profeta con luces de neón. Entre todos los presentes identificar a quién no aplaude es fácil.

Un muchacho, no tiene más de veinte años en sus ojeras, permanece indiferente ante las palabras que todos sienten como sagradas. El muchacho mira fijamente a una niña que está sentada delante de él.  La niña nota que la observan y regala una sonrisa. La pequeña está acompañada de su madre.

El muchacho observa a los guardias del lugar, mide con su mirada la distancia a la que se encuentran. Él saca de su bolsillo un recorte de periódico, en el titular dice: “Mujer acusada de terrorismo por hacer ademán ofensivo al Presidente”. Guarda el recorte de periódico y de su otro bolsillo saca una pistola. Se acerca rápido hacia la niña que observaba, su madre distraída no se da cuenta, él abraza a la pequeña. Pone la pistola en su sien y le susurra al oído. “Todo estará bien”, le dice.   

“¡Si el Presidente no renuncia, mato a la niña!”, grita el muchacho. Todo el público se alborota, chillan y se alejan de la escena. Cuatro guardias rodean al muchacho. Diez guardias rodean al Presidente. Uno de los guardias intenta quitar el arma al muchacho. “Me tocas y se muere”, sentencia. Los guardias esperan, los francotiradores toman posición, la niña llora, y él dice “todo estará bien”.

Suena un disparo.  La niña corre a los brazos de su madre. El público rodea al cadáver. Las cámaras de televisión hacen sus mejores tomas.

En el suelo yace un muchacho con un orificio en la cabeza y una pistola de juguete en la mano izquierda.


En fin… El Presidente no renunció.    
Francisco Contreras
Quito - Ecuador