Aplausos suenan, la gente se
levanta, las cámaras de televisión enfocan a las multitudes. El Presidente da
su discurso. Olas de agravios y victorias salen de la boca del gobernante. Los
presentes entran en éxtasis, como si fuese un profeta con luces de neón. Entre
todos los presentes identificar a quién no aplaude es fácil.
Un muchacho, no tiene más de
veinte años en sus ojeras, permanece indiferente ante las palabras que todos
sienten como sagradas. El muchacho mira fijamente a una niña que está sentada
delante de él. La niña nota que la
observan y regala una sonrisa. La pequeña está acompañada de su madre.
El muchacho observa a los
guardias del lugar, mide con su mirada la distancia a la que se encuentran. Él
saca de su bolsillo un recorte de periódico, en el titular dice: “Mujer acusada
de terrorismo por hacer ademán ofensivo al Presidente”. Guarda el recorte de periódico y
de su otro bolsillo saca una pistola. Se acerca rápido hacia la niña que
observaba, su madre distraída no se da cuenta, él abraza a la pequeña. Pone la
pistola en su sien y le susurra al oído. “Todo estará bien”, le dice.
“¡Si el Presidente no renuncia,
mato a la niña!”, grita el muchacho. Todo el público se alborota, chillan y se
alejan de la escena. Cuatro guardias rodean al muchacho. Diez guardias rodean
al Presidente. Uno de los guardias intenta quitar el arma al muchacho. “Me
tocas y se muere”, sentencia. Los guardias esperan, los francotiradores toman
posición, la niña llora, y él dice “todo estará bien”.
Suena un disparo. La niña corre a los brazos de su madre. El
público rodea al cadáver. Las cámaras de televisión hacen sus mejores tomas.
En el suelo yace un muchacho con
un orificio en la cabeza y una pistola de juguete en la mano izquierda.
En fin… El Presidente no
renunció.
Francisco Contreras
Quito - Ecuador