Nota al lector:
Leer el siguiente escrito en silencio. El sonido de
la voz puede crear atmosferas que no son aptas para mortales.
Siguen
ahí esos ojos en medio de las tinieblas de mi sala, ojos rojos. Esa mueca
babosa jadea como un animal. ¿Qué hago? ¿Sigo leyendo el libro o espero para ver cómo esta bestia sorprende más mi corazón?
Me mira, podría decir que sonríe pero es tan deforme que no me atrevo a tal
afirmación. El libro no dice que pasaría esto, tenía que esperar una niebla
espesa y no a esta criatura. ¿Por qué me atreví a invocarlo? ¿Por qué traje
este libro a casa?
Todo
comenzó cuando yo estaba en la librería del anciano Joaquín. Buscaba libros
viejos, los que nunca se venden. El viejo Joaquín ya sabía la clase de libros que compro,
y últimamente, estaba interesado en temas relacionados con la magia. Ya le había comprado varios
grimorios pero ninguno me fue útil. En esta ocasión mi amigo tenía algo
especial y muy extraño. Me mostró un libro escrito en francés, por suerte no me
era extraño el idioma. En la gastada pasta decía La poule noire que significa La
gallina negra, lo compré de inmediato. Salí de la librería y en el camino
me sentía superior a todos los transeúntes, como si el conocimiento que iba a
adquirir me haría poderoso.
Cuando
llegué a casa me puse cómodo, preparé un té y prendí la radio, me senté y
admiré la portada de mi libro recién comprado. La poule noire, un curioso nombre, no me atrevía a hojear el libro,
prefería especular sobre su contenido. “La palabra noire se utiliza muchas veces para referirse a la novela negra, los
relatos policiales, pero el viejo Joaquín no me vendería eso”, pensaba. Esperé
a que anochezca para empaparme de La
Gallina Negra.
En
total penumbra salí a mi balcón. El titilante farol de la calle me daba la luz
necesaria para leer. Abrí el libro, en ese momento no parecía tan mala idea. Lo leí, lo bebí, lo asimilé. Descubrí cómo
había sido escrito por un soldado francés y cómo llenó su contenido de la magia
más oscura de Egipto. Era diferente a los grimorios que había leído antes.
Desde esa noche visité mi balcón durante 3 meses.
Consumido
el libro consideré que era momento de ir a otro nivel. Era la noche del 2 de
diciembre. Tenía que practicar alguna de esas enseñanzas tan atractivas. Dentro
de las páginas había instrucciones para
elaborar talismanes y anillos mágicos, desde los que otorgan invisibilidad hasta
los que enamoran a cualquiera. Pero ese no era mi caso. Había olvidado la razón
por la que decidí estudiar las artes ocultas. La gallina negra me hizo recordar que la mujer que amo está atada a
un hombre de poca carne y modales
detestables. “Ella me ama, sino no sería mi amante, pero ese hombre no quiere
desaparecer. Ninguna plegaria, ningún conjuro, ninguna maldita misa logró que
él se fuera, pero ahora tengo a la Noire”,
pensaba en ese momento. No quería
frustrarme más con cosas religiosas, estaba cansado de invocar a demonios que
nunca llegan. La gallina negra tenía
algo diferente, hablaba de planos astrales y dimensiones. Prendí un cigarrillo y pensaba qué hacer
mientras me lo fumaba. Mirando el humo que salía de mi boca, recordé que leí
sobre una invocación muy diferente a las que he practicado. En el libro existía
el llamado a un vampiro.
Abrí
el curioso capitulo y apagué mi cigarrillo. Primero reí un poco por lo absurdo
que me parecía llamar a un vampiro, pero releyendo noté que no tenía nada que
ver con el vampiro de Stoker. El texto daba,
detalladamente, los pasos para traer a nuestro mundo un vampiro de los vórtices
del plano astral, este sería esclavo de quién lo llame. En otras culturas lo
conocerían como un Ifrit, es decir un genio maligno. Este ser se alimenta de la
fuerza vital de sus presas y siendo esclavizado puede hacer lo que le soliciten.
Era lo que necesitaba, una fuerza superior que haga lo que mis cobardes manos
mortales no se atrevían.
Seguí las instrucciones minuciosamente. Esperé que sean las 11 de la noche para
comenzar, tal como decía el libro. Trace unos signos sobre un pedazo de tela
negra y los pegué en una moneda de cobre. Puse la moneda en medio de mi sala. Dije
las palabras de invocación: “Nades, Suradis, Maniner”.
El
texto prometía una niebla blanca, decía que el ser no tendría cuerpo, pero era
mentira. Cuando parpadeé, luego de decir esas malditas palabras, apareció
enfrente de mí una bestia alada. Y ahora me encuentro mirándola.
Flota
sin mover sus alas, no tiene piernas, es un torso con brazos y un rostro amorfo
pegado al pecho. Dos lenguas salen de su boca y acarician sus largos e incontables
dientes, hace un sonido parecido al de un lamento. No podría describir su color, pero parece que tiene lodo encima. El libro no dice esto, ¿será que la
bestia tiene hambre? Me cubro el rostro con las manos, ya no quiero verlo.
Tengo que continuar, no sé lo que pueda pasar. Sigo con la invocación y digo: “Sader,
Prostas, Solaster”.
Según
el texto, luego de decir esas palabras, el vampiro hará lo que yo le pida. Ya
no confío en lo escrito. Se me cayó el
libro de las manos, la bestia jadea y mueve sus alas como si tuviera dolor. Quiero que se
calle, sus jadeos no me dejan pensar en cómo le daré mi orden. La imagen de la
mujer que amo se me hace presente en la cabeza. Mi orden tiene que hacer que
ella no sufra y su esposo desaparezca.
“¡Desaparece
al esposo de Violeta!”, le digo con un falso valor a la bestia. Pero no hace
nada, dejó de moverse. ¿Cómo cumplirá mi orden si se queda ahí? Comienza a
mover las alas muy despacio pero sigue en el mismo lugar, en medio de mi sala.
“¡Anda, tienes que cumplir mi orden! ¡Desaparece a ese hombre!”, le grito a la
criatura pero sigue ahí, me mira. “¡Sader, Prostas, Solaster! ¡Esfuma al
estorbo!” digo con ira, pero sigue ahí. Estoy llorando, no sé qué quiere de mí.
La miro fijamente. Recojo el libro del suelo. Sus ojos están cambiando de
color, ya no son rojos, ahora son negros. Está cubriendo su asqueroso cuerpo
con sus alas. Ya no escucho su jadeo. No quiero acercarme, limpio mis lágrimas.
En medio del silencio se escucha algo muy leve, parece una risa. No es una risa
tenebrosa, en realidad es la risa de un niño. Busco la invocación en el libro,
estoy seguro que existe una forma para deshacerme del vampiro.
“Mammes,
Laher”, son las palabras que digo, pero no pasa nada. ¿Por qué no se va de mi sala?
Ya di por concluida la invocación. “Mammes, Laher”, repito. Ahora se escucha la
risa más fuerte. “¡MAMMES, LAHER!”, grito del miedo, pero sigue ahí. La risa es
grave, y ahora no es de un solo niño. “¡Cállate! ¡Mammes, Laher; Mammes, Laher;
Mammes, Laher!”, suplico.
Las
risas de innumerables niños se detuvieron. ¡Abrió las alas, está gritando! ¿Qué
hago? Agita sus largos brazos. Abre su deforme boca y sus lenguas bailan
lanzando saliva. Chilla tan fuerte; necesito ayuda. ¿Por qué nadie viene? Cierro
los ojos y me acuesto en el suelo. Lloro del terror. Intento rezar, pero en el
fondo sé que no funcionará. Hay silencio de nuevo.
Miro la sala y la bestia del
vórtice del plano astral, ya no está. La moneda de cobre que puse en el suelo
también desapareció. No puedo quedarme en mi casa. Dormiré con los vecinos.
***
No
dormí nada. Mis vecinos dijeron que no escucharon ruido alguno. Ahora estoy en
la librería del viejo Joaquín, quiero devolver el libro.
-Buen
día joven. ¿Cómo le fue con el libro?
-No
le diré nada Joaquín, solo se lo devuelvo, mejor no lo venda a nadie más.
-Está
bien. Pero qué bueno que viene hoy, quería comentarle lo que pasó esta mañana.
¿Recuerda a Violeta? La policía encontró muerto a su marido, no saben de qué
murió el infeliz, pero encontraron una moneda dentro de su barriga. La pobre
Violeta no puede hablar, solo se sabe que perdió al bebé.
Francisco Contreras
Quito-Ecuador
Contacto: contreeltao@gmail.com