jueves, 2 de noviembre de 2023

El escrito que te debía

 

Con tu ausencia me dejaste tantas palabras atrapadas y te debía un escrito, mi mayor pendiente. Cada año intenté transformar el desconsuelo en algo que se pueda leer, pero siempre mis dedos se detenían por la presión del llanto. ¡Y cómo no llorar! Si yo quería llevarte dichas, pero mi camino era lleno de ortiga. ¡Cómo no sollozar! Si tuve que escuchar las palabras ilusorias que los hombres de bata reparten por los pasillos de la tristeza. ¡Cómo soportar el goteo de las lágrimas! Si cuando cierro los ojos aún siento aquel cálido apretón de manos, mientras estábamos a la mira de la muerte.

Pero aquí estoy, en batalla contra la hoja. Sé que no existirá escrito digno de ti y espero que perdones mi apresurado intento, pero hace poco comprendí que este texto en realidad es para mí.  Más de tres años sin escribir. Más de tres años sin abrir un libro. Más de tres años siendo un cobarde, huyendo, sin valor para ver tu lápida sin inscripción, pero hoy decidí asentarle un “te amo”, tan franco y espontáneo como el que te dije cuando me viste por última vez.

Tantas cosas que contarte, tantas personas que presentarte, y tantas historias que te debo. A pesar de lo abatido que esté, siempre hay una sonrisa cuando evoco a mi compañera, mi llorona, mi fortachona, mi bailarina, mi morena, mi golosa, mi soñadora, mi carcajada, mi boxeadora, mi vulnerable, mi protectora, mi orgullosa, mi maestra, mi espía, mi delatora, mi biblioteca, mi presumida riobambeña, mi ama, mi ronquita, mi abuelita.

 

 

Francisco Contreras

Quito, 2 de noviembre de 2023

lunes, 20 de enero de 2020

La tesis de Áyzek


Una botella de vino se alzaba en un solitario brindis. El artículo estaba terminado y el ego crecía en el espíritu científico de Áyzek. Este hombre tenía tanta refulgencia intelectual que podía aspirar a los puestos más altos dentro de la academia de ciencia. Sin embargo, el estudioso fue víctima del destierro de los sabios, destierro causado por teorías que no complacían el canon del método acreditado.

Áyzek solo necesitaba de un artículo, una tesis, que lo limpiara del estigma. Soñaba con volver a las entrevistas especializadas, y a esos cocteles llenos de académicos sorprendidos por los nuevos estudios.

El científico sonreía como victoria ante las páginas que llenó con los argumentos biológicos del origen de la vida y de la evolución de las especies.

El éxito estaba asegurado, pero antes de guardar el escrito y enviarlo a la universidad por la mañana, Áyzek decidió revisar su trabajo. Tomó un lápiz y comenzó a señalar levemente en su artículo, añadiendo signos de puntuación y otras correcciones gramaticales. Pero el trazo del lápiz se volvió violento cuando balbuceaba lo escrito en su estudio.

La gran ira del grafito marcaba las hojas de papel. La mente de Áyzek confundió su objetivo y su paladar despreció el dulzor del vino para abrazarse al vodka. Los rayones y las anotaciones dejaban un rastro casi destructivo en las cuartillas.

Furioso, Áyzek discutía consigo mismo, debatiendo sus planteamientos y afirmaciones. En su mente, él figuraba:
 “Escribí que la evolución es un proceso lento de transición, tal y como afirman mis colegas darwinistas, pero bien podría ser resultado de saltos y no un transcurso de eslabones que nunca encontraremos. Detallo que las mutaciones genéticas suceden al azar.  Entonces, ¿por qué las mutaciones aumentaron al final del cretácico? ¿Qué sucede para que aumenten las mutaciones? Mi mente grita: radiación. Mi escrito dice: adaptación. Quizás la respuesta se encuentra en el cosmos. Tal vez la radiación llegó del espacio y aceleró los procesos evolutivos. ¿Podría considerarse que el gran cerebro de los humanos es consecuencia de una exposición prolongada a la radiación? Ningún ritmo evolutivo encaja en el caso de los humanos. Una mutación funesta, sí… eso es. Homínidos de frágiles cuerpos, con enormes cabezas, con crías que nacen indefensas y que a duras penas sus hembras pueden parir sin morir”.

Áyzek sintió repulsión, una arcada por la efigie que pretendía intercambiar la legítima duda por halagos de ociosos académicos. Dedujo que su rumbo estaba perdido.

Cansado, volvió a escribir. Durante muchas noches, ese teclado no paró de sonar.

Áyzek nunca entregó su tesis.


Francisco Contreras
Quito - Ecuador
contreeltao@gmail.com




domingo, 14 de octubre de 2018

Un café con Superman

Una mañana, yo caminaba por el parque más grande de Metrópolis. Cuando pasé junto al lago del lugar, escuché un leve sollozo. ¡Sorpresa la mía! Era Superman llorando, sentado en una de tantas bancas como cualquier infeliz.

Me acerqué al llorón para tener  mejor vista de la graciosa escena, pero notándolo todo mortal y lacrimógeno, decidí perder mi tiempo preguntándole la razón del lloriqueo.

-¿Qué pasa Super? ¿Te contaron lo de Krypton?- le dije.

-No estoy para bromas, mejor retírese- respondió en tono kryptoniano.

-Tranquilo, mi Super. Mira ahí está un migrante que vende café, te compraré uno y me cuentas el porqué de tanta lágrima- le dije y aceptó moviendo la cabeza.

Le compré el café y me senté con él, como cualquier infeliz. Superman tomaba pequeño sorbos de la bebida, como si algo le dijera que se quemaría con el líquido, pero no era así.

-¿Qué haría que un tipo famoso, poderoso y extranjero como tú, esté llorando en medio de un parque?-le pregunté.

-Gracias por el café- me dijo mientras miraba al suelo. – Yo me siento arruinado. Los humanos son abominables, y día a día, tengo que vestirme y actuar igual de despreciable.

-¡No digas eso! Si alguien escucha te meterás en líos- le advertí.

-¿Quién me escuchará? ¿Los sabuesos de Diario El Planeta? – Dijo irónicamente.

-No seas tan dramático, mejor sígueme contando tus molestias. Tengo 30 minutos libres antes de ir a mi trabajo.

-Claro, señor terapeuta del parque, te daré un resumen. Cuando llegué a este planeta, una pareja de granjeros me adoptó. ¿Cómo lo hicieron? Pues falsificando documentos y creándome una identidad terrícola. Mi presencia llenó el vacío de sus vidas, pero abrieron grietas en mi mente. Desde pequeño me enseñaron a ser como ustedes, o el ideal de lo que son ustedes. No querían aceptar que venía de las estrellas, pero obligaron que mi cabeza entre en el molde humano. Fui forzado a negar lo que soy. Mis padres me escondieron mi origen por años. Engaños, mentiras y discursos morales que nadie cumple… Así fue cómo me criaron. Luego dejé la granja y vine a Metrópolis, y creyendo en todo ese lavado de cerebro que tuve, decidí defender estupideces y vivir honorablemente como un perdedor. ¿Sabes cómo? Poniéndome lentes y un traje de poliéster chino… Así me camuflo entre ustedes. Estoy seguro que muchos saben que soy Superman, pero tienen miedo de decir que un infeliz cualquiera pelea contra Brainiac. Y así es mi vida. Todos los días me levanto, me pongo mi traje de poliéster chino, me peino como idiota, uso lentes de miope, y voy a un trabajo inmundo. Todos los días me disfrazo de humano. Todos los días espero que mi identidad humana se suicide. Solo durante unos momentos puedo ser yo, puedo volar y dejar que mi ira fluya. ¿Por qué crees que peleo? No es para salvarlos, es para desahogarme, para sentirme poderoso en medio de mortales. Por eso acepto trabajar como arma del gobierno, porque aquí no hay buenos ni malos, todos son igual de despreciables… También acepto ser su juguete para que no me maten, a mí, el kryptoniano. Que no te sorprenda si un día pierdo el control y las balas de kryptonita se ponen de moda.

-A todos nos arruinaron. ¿Te gustó el café, Super?- Le dije, mientras entendía lo virulenta que es la humanidad, pero me ahorré mi discurso de: “Todos somos un Superman apaleado por la crianza de nuestros padres y la angustiosa cotidianidad”. Preferí solo mirarlo.

-Sí, muchas gracias. Tengo que irme– dijo el hombre de acero.

Superman echó vuelo y las personas que circulaban por el parque lo vieron.

-¡Es un ave!- dijo un miope.

-¡Es un avión!- dijo un hombre con peinado de idiota.

-¡No! ¡Es otro extraterrestre al que arruinamos!- dije yo.


Francisco Contreras
Quito - Ecuador

contacto: contreeltao@gmail.com


lunes, 4 de junio de 2018

LADRIDOS


Te quiero confesar algo, mi querido amigo. Hace 10 años, maté a mi perro. Sé que ya no hablamos y ni siquiera te he llamado, pero por desgracia para ti, conservé tu e-mail. 

Sabes que yo estuve en negocios de mala estampa, razón por la que muchos conocidos se alejaron de mí. Años metido en el contrabando, en la extorción y demás cosas que mi madre nunca se enteró. Ni siquiera los amigos cercanos fueron a mi boda, quizás porque mi nombre ya aparecía en algunos diarios amarillistas. 

Al poco tiempo de casarme con Lucía, conseguimos un perro. Ella no lo dejaba ni por un segundo, abrazaba tanto al cachorro. Recuerdo que esa fue una de las últimas veces que te vi, llegaste a mi casa con regalos y juguetes para el perrito. Fueron días felices para todos, es lo que me gusta pensar. Yo intenté alejarme de mis negocios, ya tenía una familia y lo correcto era trabajar en algo honrado, pero no pude. El dinero se terminó pronto, y sin darme cuenta, ya estaba golpeando a un anciano que no quería pagar sus deudas.

Lucía no soportó mucho tiempo. Un mañana desperté con el perro junto a mí, con la billetera vacía y sin señales de Lucía. Me dijeron que ella fue a vivir con su mamá. Me quedé sin esposa y con un cachorro que cuidar, nada sencillo cuando las fronteras se llenan de carga. Espero que entiendas cuál era mi situación. Cuidando a ese cachorro no tenía tiempo para trabajar, no tenía más opción que llevármelo a los ruedos. 

Una noche tenía que hacer guardia en una casa, en ella escondieron un cargamento muy importante, algunas cajas de viagra falsificado.  Como te imaginas, el perro estaba acompañándome. Paseamos por la casa, que era magna y oscura. El cachorro encontró un armario muy grande en el segundo piso y se acostó dentro. Yo continuaba mi paseo, pensando en lo que haría con las ganancias del viagra mal habido, pero vi unas luces rojas y azules por la ventana. No creas que extraterrestres, eran policías.  Quizás mi jefe denunció mi cargamento porque tenía otro más valioso que esconder, eso siempre sucede. Yo corrí y me escondí en el armario junto al perro. Lo abracé fuerte, pero por desgracia, el cachorrito comenzó a ladrar. Le tapé el hocico con todas mis fuerzas, pero seguía escuchando su llanto y su intento de aullar. Escuché que entraron a la casa, un correteo sonaba en las escalenas. Tomé al perro con fuerza y puse su cabeza contra mi pierna, mis lágrimas caían sobre él. 

Pasaron unos 15 minutos hasta que dejé de escuchar ruidos. Los policías no registraron nada, solo se llevaron el viagra, los tontos pensarían que era real. Pero durante esos 15 minutos, el perrito murió asfixiado. Lo maté.

No aguanté mucho esa tristeza. Le pagué un entierro católico al cachorro y fui a la policía.  Confesé mis crímenes y delaté a todos los conocidos, sean malos o buenos. En la cárcel, yo era quien ladraba y muchos intentaron taparme la boca. Pero ahora estoy libre, terminé la secundaria, fui a terapia y te escribo, viejo amigo.

No creas que la cárcel me dañó la cabeza, sigo cuerdo, tan solo esta es la forma que encontré para no llorar con mi historia. Tanto tú como yo sabemos que nunca tuve un perro, ni tendré, pero sí tuve un niño.


(Inspirado en MASH)
Francisco Contreras
Quito- Ecuador
contacto: contreeltao@gmail.com

domingo, 13 de mayo de 2018

Alegoría de un consolador


Catalina tenía una existencia cómoda, terminó sus estudios y disfrutaba de un departamento en el centro. En la vida pública, ella degradaba uno de los grandes misterios de su especie: el sexo. Pero en la vida privada no conocía freno. A temprana edad desechó esa romántica dignidad que impone la dictadura de los recatados. 

Pero algo pasaba por la cabeza de Catalina. Ella notó lo que muchos advierten pero tienen miedo de aceptar: No quería dedicar su vida a un inmundo intruso, más conocido como “pareja”. Entonces decidió eliminar todo contacto sexual y sentimental. En ese momento es dónde yo aparezco.

Escondido en su bolso y cubierto por una linda funda de seda negra, me llevó a su casa. Recuerdo que se recostó en la cama y me sacó del bolso. Deslizó la envoltura de seda para ver mi cabeza; logré observar su mirada curiosa. Catalina se cubrió con las cobijas de la cama teniéndome firmemente en su mano, me introdujo en su boca, me lamió, me besó, me llevó a la órbita carnosa de su género… 

Nuestras noches, mañanas y tardes, transcurrían con una normal adicción ante la novedad. Ella pasaba los fines de semana completamente desnuda, paseándose por el departamento, esperando otro brote de excitación.

Las cosas empezaron a cambiar con el tiempo. Los fines de semana ya no eran dedicadas al libido, ella me colocaba en la almohada de su cama y veía películas conmigo. En las mañanas ya no me llevaba a la ducha, ella me ponía en la silla de la cocina y me preguntaba sobre las noticias del diario. Las noches dejaron de ser viajes eternos por las cuencas del deseo, ella me contaba las aventuras de sus amigas hasta quedarse dormida. Las frases que salían de su boca dejaron de ser “¡que rico!” y se convirtieron en “Te quiero”.

La situación se volvió enfermiza, llevarme para sexo y luego convertirme en su compañero. Tuve que hablar con Catalina. Le dije: “No te entiendo. Creo que estás realmente confundida. No sabes lo que quieres. Creí que esto era sin ataduras sentimentales”. Ella no dijo nada, solo algo se apagó en su mirada. Quizás mis comentarios, o la realidad, hicieron que me guarde en un cajón.

Tres meses pasaron sin que Catalina deslice la seda negra, tres meses en los que medité y hasta extrañé las tonterías que hacíamos. Cuando vi la luz, de inmediato vi la oscuridad, la oscuridad de Catalina. Era como si el instinto reinara, compulsivamente me usaba una y otra vez. Adiós a las charlas o  las risas, todo era espasmo tras espasmo y luego al cajón.

Fui la herramienta que pedí ser. Entrar  y salir sin hacer preguntas. Catalina se mojó por completo en los fluidos de la quimera. Dejó de fijarse en mí, comenzó a fantasear con extraños y personajes de la televisión. Yo sentía que perdí a la Catalina de antes (a la que en su momento odié).

Una noche, mientras me sacaba del cajón y se acomodaba en la cama, hablé de nuevo con ella. Le dije: “No insistas, Catalina, no deseo. ¡Qué más quisiera yo! ¡Claro que quisiera cazarte, abrazarte, asfixiarte, como sé que te gusta! Pero, ¿no piensas en mí y en lo que siento? ¿Te preguntas si la oscuridad a la que soy sometido es suficiente para ser feliz? ¿Cuándo me volví en tu juguete?”. Yo seguí diciendo tonterías como esas, pero ella no escuchaba (cómo iba a escuchar si mientras yo hablaba, ella seguía en su correteo manual). 

La discusión terminó cuando Catalina me cubrió con mi funda de seda negra. Ella se alejó de la cama y tomó una caja de su bolso.

Nuestra relación terminó cuando leí lo que decía en la caja: “Estimulador vibratorio DELUXE de gelatina rosa, 19 cm, incluye baterías”.

Francisco Contreras
Quito - Ecuador
Contacto: contreeltao@gmail.com 


domingo, 1 de abril de 2018

Reloj de arena


Pequeñas partículas moviéndose a través del tiempo por la orden de un deseo superior. ¿No es ese el mejor ejemplo de la mecánica de nuestro universo? Quizás para ustedes no, pero cuando un hombre pasa tanto tiempo en su trabajo, busca las explicaciones universales en su labor. Yo confecciono relojes de arena.

El mundo es una fábrica de héroes y villanos destinados a ser arena. ¡Qué maravilloso final! ¡Qué ilustre destino! Pero hago un encargo especial. Yo agrupo a los villanos y los encierro en prisiones del tiempo. Mis relojes están llenos de infames que no merecen volar con la brisa del viento.

En mi taller habita la justicia, mi justicia.  Limpio las calles de esa arena que enceguece, que lastima. ¿Creen que lo  hago  por el intenso pedir de mi demencia? ¿Sabían que la arena más blanca la fabrico con dientes? ¿Nunca han contemplado la textura de un hueso triturado? Se esparce por los dedos, créanme, es muy bello. 

Francisco Contreras
Quito - Ecuador
2018
Contacto: contreeltao@gmail.com