Catalina tenía una existencia
cómoda, terminó sus estudios y disfrutaba de un departamento en el centro. En
la vida pública, ella degradaba uno de los grandes misterios de su especie: el
sexo. Pero en la vida privada no conocía freno. A temprana edad desechó esa
romántica dignidad que impone la dictadura de los recatados.
Pero algo pasaba por la cabeza de
Catalina. Ella notó lo que muchos advierten pero tienen miedo de aceptar: No
quería dedicar su vida a un inmundo intruso, más conocido como “pareja”.
Entonces decidió eliminar todo contacto sexual y sentimental. En ese momento es
dónde yo aparezco.
Escondido en su bolso y cubierto
por una linda funda de seda negra, me llevó a su casa. Recuerdo que se recostó
en la cama y me sacó del bolso. Deslizó la envoltura de seda para ver mi
cabeza; logré observar su mirada curiosa. Catalina se cubrió con las cobijas de
la cama teniéndome firmemente en su mano, me introdujo en su boca, me lamió, me
besó, me llevó a la órbita carnosa de su género…
Nuestras noches, mañanas y
tardes, transcurrían con una normal adicción ante la novedad. Ella pasaba los
fines de semana completamente desnuda, paseándose por el departamento, esperando
otro brote de excitación.
Las cosas empezaron a cambiar con
el tiempo. Los fines de semana ya no eran dedicadas al libido, ella me colocaba
en la almohada de su cama y veía películas conmigo. En las mañanas ya no me
llevaba a la ducha, ella me ponía en la silla de la cocina y me preguntaba
sobre las noticias del diario. Las noches dejaron de ser viajes eternos por las
cuencas del deseo, ella me contaba las aventuras de sus amigas hasta quedarse
dormida. Las frases que salían de su boca dejaron de ser “¡que rico!” y se
convirtieron en “Te quiero”.
La situación se volvió enfermiza,
llevarme para sexo y luego convertirme en su compañero. Tuve que hablar con
Catalina. Le dije: “No te entiendo. Creo que estás realmente confundida. No
sabes lo que quieres. Creí que esto era sin ataduras sentimentales”. Ella no
dijo nada, solo algo se apagó en su mirada. Quizás mis comentarios, o la
realidad, hicieron que me guarde en un cajón.
Tres meses pasaron sin que
Catalina deslice la seda negra, tres meses en los que medité y hasta extrañé
las tonterías que hacíamos. Cuando vi la luz, de inmediato vi la oscuridad, la
oscuridad de Catalina. Era como si el instinto reinara, compulsivamente me
usaba una y otra vez. Adiós a las charlas o
las risas, todo era espasmo tras espasmo y luego al cajón.
Fui la herramienta que pedí ser.
Entrar y salir sin hacer preguntas.
Catalina se mojó por completo en los fluidos de la quimera. Dejó de fijarse en
mí, comenzó a fantasear con extraños y personajes de la televisión. Yo sentía
que perdí a la Catalina de antes (a la que en su momento odié).
Una noche, mientras me sacaba del
cajón y se acomodaba en la cama, hablé de nuevo con ella. Le dije: “No insistas,
Catalina, no deseo. ¡Qué más quisiera yo! ¡Claro que quisiera cazarte, abrazarte,
asfixiarte, como sé que te gusta! Pero, ¿no piensas en mí y en lo que siento?
¿Te preguntas si la oscuridad a la que soy sometido es suficiente para ser
feliz? ¿Cuándo me volví en tu juguete?”. Yo seguí diciendo tonterías como esas,
pero ella no escuchaba (cómo iba a escuchar si mientras yo hablaba, ella seguía
en su correteo manual).
La discusión terminó cuando
Catalina me cubrió con mi funda de seda negra. Ella se alejó de la cama y tomó
una caja de su bolso.
Nuestra relación terminó cuando
leí lo que decía en la caja: “Estimulador vibratorio DELUXE de gelatina rosa, 19
cm, incluye baterías”.
Francisco Contreras
Quito - Ecuador
Contacto: contreeltao@gmail.com