Con tu
ausencia me dejaste tantas palabras atrapadas y te debía un escrito, mi mayor
pendiente. Cada año intenté transformar el desconsuelo en algo que se pueda
leer, pero siempre mis dedos se detenían por la presión del llanto. ¡Y cómo no
llorar! Si yo quería llevarte dichas, pero mi camino era lleno de ortiga. ¡Cómo
no sollozar! Si tuve que escuchar las palabras ilusorias que los hombres de
bata reparten por los pasillos de la tristeza. ¡Cómo soportar el goteo de las
lágrimas! Si cuando cierro los ojos aún siento aquel cálido apretón de manos, mientras
estábamos a la mira de la muerte.
Pero aquí
estoy, en batalla contra la hoja. Sé que no existirá escrito digno de ti y espero
que perdones mi apresurado intento, pero hace poco comprendí que este texto en
realidad es para mí. Más de tres años
sin escribir. Más de tres años sin abrir un libro. Más de tres años siendo un
cobarde, huyendo, sin valor para ver tu lápida sin inscripción, pero hoy decidí
asentarle un “te amo”, tan franco y espontáneo como el que te dije cuando me
viste por última vez.
Tantas
cosas que contarte, tantas personas que presentarte, y tantas historias que te debo.
A pesar de lo abatido que esté, siempre hay una sonrisa cuando evoco a mi
compañera, mi llorona, mi fortachona, mi bailarina, mi morena, mi golosa, mi
soñadora, mi carcajada, mi boxeadora, mi vulnerable, mi protectora, mi orgullosa,
mi maestra, mi espía, mi delatora, mi biblioteca, mi presumida riobambeña, mi
ama, mi ronquita, mi abuelita.
Francisco
Contreras
Quito, 2 de
noviembre de 2023