sábado, 18 de junio de 2016

Cuatro movimientos




Peón e4, Reina h5, Alfil c4, Reina f7. Y así es como creí que la enamoré, así, tan fácil. Cómo imaginar que en nuestro próximo encuentro diría: “Tablas”. 

Francisco Contreras
Quito - Ecuador

miércoles, 15 de junio de 2016

VAMOS A BEBER



Era la mejor de las épocas, era la peor de las épocas, la edad de la lujuria, y de la poca literatura. Teníamos dieciséis años y suficiente dinero para embriagarnos. Era semana de exámenes en el colegio.  La costumbre: Salir del colegio e ir a la casa de Josué, tomar unas cervezas  y grabar videos de las tonterías que hacíamos. 

Cuando llegamos a la casa de Josué, en uno de esos conjuntos habitacionales, tuvimos una idea. Queríamos grabar un video antes de emborracharnos. Todos aceptamos y fuimos al lote baldío que existe junto al conjunto. 

En ese lugar logré ver muchas baldosas apiladas en el suelo, rezago de alguna construcción. Agarré dos baldosas y me dirigí en dirección a mi amigo David. 
-Rompamos las baldosas de un golpe- le propuse.
-Dale, tú primero- dijo David con un tono que hacía notar su incredulidad ante tal hazaña.

David tomó la baldosa con ambas manos a una distancia de veinte centímetros de su pecho. Cubrió sus manos con las mangas de su chompa y dijo estar listo. Yo me puse en posición de combate, como si de un video de Bruce Lee se tratara. Lancé el puñetazo. La baldosa se rompió y un trozo golpeó el pecho de David, reímos. Ya era el turno de mi corpulento amigo David. Intenté ponerme en la misma postura que él, tomé muy fuerte la baldosa a una distancia de cuarenta centímetros de mi pecho. Dije estar listo, pero cómo saberlo en realidad. David lanzó un fuerte golpe. Yo sentí que podía ver en efecto de cámara lenta. Recuerdo cada detalle: El rompimiento de la baldosa, aquellos fragmentos volar  a mi dirección, a mis manos doblarse por la potencia del golpe y aquel trozo de baldosa rebanar un retazo de mi brazo derecho.  

La sangre salió por chorros. Tapé la herida con mi mano izquierda y miré a David a los ojos, él estaba asustado.
-¡Mierda! ¿Qué hacemos?- le dije.
-¡Corre hijue puta, vamos lavarte eso!- contestó mientras me jalaba del hombro en dirección a mis otros compañeros.

Corrimos todos a la casa de Josué. Lavé la herida con agua del grifo y la cubrieron con algodón. David hizo un improvisado torniquete en mi brazo (David ahora estudia medicina). 

Salimos a la carretera. Ninguno sabía a dónde ir. Lenin,  quién llevaba la cámara para grabar los videos, dijo efusivo: “¡Vamos al Eugenio Espejo!”. Yo le contesté: “¡Excelente idea Lenin, vamos!”.  El hospital Eugenio Espejo  se encuentra a veinticuatro kilómetros de donde nos encontrábamos.  

Subimos al balde de una camioneta con dirección a un centro de salud. En ese momento la realidad ecuatoriana nos dio un chirlazo, el centro de salud estaba cerrado. Noté que en frente de donde estábamos había una farmacia, la puerta estaba abierta, entramos y nos encontramos con un consultorio médico clandestino.

Cogimos turno en una pequeña sala de espera, paredes amarrillas y revistas viejas en una mesa. Había muchos niños, al parecer el médico era pediatra. Una señorita me dio el paso a la oficina del doctor. En ningún momento aquel médico preguntó la procedencia de mi herida, se limitó a lavarla con Merthiolate, ponerle anestesia y coserla. Diez puntos y casi me corto los tendones del antebrazo.

Mientras el doctor cosía mi herida le salpicó sangre en el mandil. Miró su mandil, intentó limpiarlo pero terminó quitándoselo y lo entregó a la señorita recepcionista (que al parecer no era enfermera), ella  lo llevó con cara de asco. Cuando la señorita salió a la sala de espera con el mandil ensangrentado, escuché a Lenin decir: “¡Hijue puta! Les dije que era de ir al Eugenio Espejo”. Alguien más dijo: “Duérmalo doctor para que no sufra”.

Pasado el susto, reímos. Notaron que la herida tenía forma de NIKE. Se apenaban de no grabar lo que me pasó, tan solo lograron tomar una foto de la herida abierta.

Nos fuimos del consultorio clandestino. Caminamos en silencio hasta que Lenin  dijo: “Bueno, ¿y ahora si vamos a beber?”.

Francisco Contreras
Quito - Ecuador