lunes, 4 de junio de 2018

LADRIDOS


Te quiero confesar algo, mi querido amigo. Hace 10 años, maté a mi perro. Sé que ya no hablamos y ni siquiera te he llamado, pero por desgracia para ti, conservé tu e-mail. 

Sabes que yo estuve en negocios de mala estampa, razón por la que muchos conocidos se alejaron de mí. Años metido en el contrabando, en la extorción y demás cosas que mi madre nunca se enteró. Ni siquiera los amigos cercanos fueron a mi boda, quizás porque mi nombre ya aparecía en algunos diarios amarillistas. 

Al poco tiempo de casarme con Lucía, conseguimos un perro. Ella no lo dejaba ni por un segundo, abrazaba tanto al cachorro. Recuerdo que esa fue una de las últimas veces que te vi, llegaste a mi casa con regalos y juguetes para el perrito. Fueron días felices para todos, es lo que me gusta pensar. Yo intenté alejarme de mis negocios, ya tenía una familia y lo correcto era trabajar en algo honrado, pero no pude. El dinero se terminó pronto, y sin darme cuenta, ya estaba golpeando a un anciano que no quería pagar sus deudas.

Lucía no soportó mucho tiempo. Un mañana desperté con el perro junto a mí, con la billetera vacía y sin señales de Lucía. Me dijeron que ella fue a vivir con su mamá. Me quedé sin esposa y con un cachorro que cuidar, nada sencillo cuando las fronteras se llenan de carga. Espero que entiendas cuál era mi situación. Cuidando a ese cachorro no tenía tiempo para trabajar, no tenía más opción que llevármelo a los ruedos. 

Una noche tenía que hacer guardia en una casa, en ella escondieron un cargamento muy importante, algunas cajas de viagra falsificado.  Como te imaginas, el perro estaba acompañándome. Paseamos por la casa, que era magna y oscura. El cachorro encontró un armario muy grande en el segundo piso y se acostó dentro. Yo continuaba mi paseo, pensando en lo que haría con las ganancias del viagra mal habido, pero vi unas luces rojas y azules por la ventana. No creas que extraterrestres, eran policías.  Quizás mi jefe denunció mi cargamento porque tenía otro más valioso que esconder, eso siempre sucede. Yo corrí y me escondí en el armario junto al perro. Lo abracé fuerte, pero por desgracia, el cachorrito comenzó a ladrar. Le tapé el hocico con todas mis fuerzas, pero seguía escuchando su llanto y su intento de aullar. Escuché que entraron a la casa, un correteo sonaba en las escalenas. Tomé al perro con fuerza y puse su cabeza contra mi pierna, mis lágrimas caían sobre él. 

Pasaron unos 15 minutos hasta que dejé de escuchar ruidos. Los policías no registraron nada, solo se llevaron el viagra, los tontos pensarían que era real. Pero durante esos 15 minutos, el perrito murió asfixiado. Lo maté.

No aguanté mucho esa tristeza. Le pagué un entierro católico al cachorro y fui a la policía.  Confesé mis crímenes y delaté a todos los conocidos, sean malos o buenos. En la cárcel, yo era quien ladraba y muchos intentaron taparme la boca. Pero ahora estoy libre, terminé la secundaria, fui a terapia y te escribo, viejo amigo.

No creas que la cárcel me dañó la cabeza, sigo cuerdo, tan solo esta es la forma que encontré para no llorar con mi historia. Tanto tú como yo sabemos que nunca tuve un perro, ni tendré, pero sí tuve un niño.


(Inspirado en MASH)
Francisco Contreras
Quito- Ecuador
contacto: contreeltao@gmail.com

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