martes, 27 de septiembre de 2016

NOIRE



Nota al lector:
Leer el siguiente escrito en silencio. El sonido de la voz puede crear atmosferas que no son aptas para mortales.

Siguen ahí esos ojos en medio de las tinieblas de mi sala, ojos rojos. Esa mueca babosa jadea como un animal. ¿Qué hago? ¿Sigo leyendo el libro o espero para  ver cómo esta bestia sorprende más mi corazón? Me mira, podría decir que sonríe pero es tan deforme que no me atrevo a tal afirmación. El libro no dice que pasaría esto, tenía que esperar una niebla espesa y no a esta criatura. ¿Por qué me atreví a invocarlo? ¿Por qué traje este libro a casa?


Todo comenzó cuando yo estaba en la librería del anciano Joaquín. Buscaba libros viejos, los que nunca se venden. El viejo Joaquín ya sabía la clase de libros que compro, y últimamente, estaba interesado en temas relacionados  con la magia. Ya le había comprado varios grimorios pero ninguno me fue útil. En esta ocasión mi amigo tenía algo especial y muy extraño. Me mostró un libro escrito en francés, por suerte no me era extraño el idioma. En la gastada pasta decía La poule noire que significa  La gallina negra, lo compré de inmediato. Salí de la librería y en el camino me sentía superior a todos los transeúntes, como si el conocimiento que iba a adquirir me haría poderoso.


Cuando llegué a casa me puse cómodo, preparé un té y prendí la radio, me senté y admiré la portada de mi libro recién comprado. La poule noire, un curioso nombre, no me atrevía a hojear el libro, prefería especular sobre su contenido. “La palabra noire se utiliza muchas veces para referirse a la novela negra, los relatos policiales, pero el viejo Joaquín no me vendería eso”, pensaba. Esperé a que anochezca para empaparme de La Gallina Negra.


En total penumbra salí a mi balcón. El titilante farol de la calle me daba la luz necesaria para leer. Abrí el libro, en ese momento no parecía tan mala idea.  Lo leí, lo bebí, lo asimilé. Descubrí cómo había sido escrito por un soldado francés y cómo llenó su contenido de la magia más oscura de Egipto. Era diferente a los grimorios que había leído antes. Desde esa noche visité mi balcón durante 3 meses.


Consumido el libro consideré que era momento de ir a otro nivel. Era la noche del 2 de diciembre. Tenía que practicar alguna de esas enseñanzas tan atractivas. Dentro de las páginas había instrucciones  para elaborar talismanes y anillos mágicos, desde los que otorgan invisibilidad hasta los que enamoran a cualquiera. Pero ese no era mi caso. Había olvidado la razón por la que decidí estudiar las artes ocultas. La gallina negra me hizo recordar que la mujer que amo está atada a un hombre de poca carne  y modales detestables. “Ella me ama, sino no sería mi amante, pero ese hombre no quiere desaparecer. Ninguna plegaria, ningún conjuro, ninguna maldita misa logró que él se fuera, pero ahora tengo a la Noire”, pensaba en ese momento.  No quería frustrarme más con cosas religiosas, estaba cansado de invocar a demonios que nunca llegan. La gallina negra tenía algo diferente, hablaba de planos astrales y dimensiones.  Prendí un cigarrillo y pensaba qué hacer mientras me lo fumaba. Mirando el humo que salía de mi boca, recordé que leí sobre una invocación muy diferente a las que he practicado. En el libro existía el llamado a un vampiro. 


Abrí el curioso capitulo y apagué mi cigarrillo. Primero reí un poco por lo absurdo que me parecía llamar a un vampiro, pero releyendo noté que no tenía nada que ver con el vampiro de Stoker.  El texto daba, detalladamente, los pasos para traer a nuestro mundo un vampiro de los vórtices del plano astral, este sería esclavo de quién lo llame. En otras culturas lo conocerían como un Ifrit, es decir un genio maligno. Este ser se alimenta de la fuerza vital de sus presas y siendo esclavizado puede hacer lo que le soliciten. Era lo que necesitaba, una fuerza superior que haga lo que mis cobardes manos mortales no se atrevían.

Seguí las instrucciones minuciosamente. Esperé que sean las 11 de la noche para comenzar, tal como decía el libro. Trace unos signos sobre un pedazo de tela negra y los pegué en una moneda de cobre. Puse la moneda en medio de mi sala. Dije las palabras de invocación: “Nades, Suradis, Maniner”.

El texto prometía una niebla blanca, decía que el ser no tendría cuerpo, pero era mentira. Cuando parpadeé, luego de decir esas malditas palabras, apareció enfrente de mí una bestia alada. Y ahora me encuentro mirándola.


Flota sin mover sus alas, no tiene piernas, es un torso con brazos y un rostro amorfo pegado al pecho. Dos lenguas salen de su boca y acarician sus largos e incontables dientes, hace un sonido parecido al de un lamento. No podría describir su color, pero parece que tiene lodo encima. El libro no dice esto, ¿será que la bestia tiene hambre? Me cubro el rostro con las manos, ya no quiero verlo. Tengo que continuar, no sé lo que pueda pasar. Sigo con la invocación y digo: “Sader, Prostas, Solaster”.


Según el texto, luego de decir esas palabras, el vampiro hará lo que yo le pida. Ya no confío  en lo escrito. Se me cayó el libro de las manos, la bestia jadea y mueve sus alas como si tuviera dolor. Quiero que se calle, sus jadeos no me dejan pensar en cómo le daré mi orden. La imagen de la mujer que amo se me hace presente en la cabeza. Mi orden tiene que hacer que ella no sufra  y su esposo desaparezca.


“¡Desaparece al esposo de Violeta!”, le digo con un falso valor a la bestia. Pero no hace nada, dejó de moverse. ¿Cómo cumplirá mi orden si se queda ahí? Comienza a mover las alas muy despacio pero sigue en el mismo lugar, en medio de mi sala. “¡Anda, tienes que cumplir mi orden! ¡Desaparece a ese hombre!”, le grito a la criatura pero sigue ahí, me mira. “¡Sader, Prostas, Solaster! ¡Esfuma al estorbo!” digo con ira, pero sigue ahí. Estoy llorando, no sé qué quiere de mí.


La miro fijamente. Recojo el libro del suelo. Sus ojos están cambiando de color, ya no son rojos, ahora son negros. Está cubriendo su asqueroso cuerpo con sus alas. Ya no escucho su jadeo. No quiero acercarme, limpio mis lágrimas. En medio del silencio se escucha algo muy leve, parece una risa. No es una risa tenebrosa, en realidad es la risa de un niño. Busco la invocación en el libro, estoy seguro que existe una forma para deshacerme del vampiro.


“Mammes, Laher”, son las palabras que digo, pero no pasa nada. ¿Por qué no se va de mi sala? Ya di por concluida la invocación. “Mammes, Laher”, repito. Ahora se escucha la risa más fuerte. “¡MAMMES, LAHER!”, grito del miedo, pero sigue ahí. La risa es grave, y ahora no es de un solo niño. “¡Cállate! ¡Mammes, Laher; Mammes, Laher; Mammes, Laher!”, suplico.

Las risas de innumerables niños se detuvieron. ¡Abrió las alas, está gritando! ¿Qué hago? Agita sus largos brazos. Abre su deforme boca y sus lenguas bailan lanzando saliva. Chilla tan fuerte; necesito ayuda. ¿Por qué nadie viene? Cierro los ojos y me acuesto en el suelo. Lloro del terror. Intento rezar, pero en el fondo sé que no funcionará. Hay silencio de nuevo. 

Miro la sala y la bestia del vórtice del plano astral, ya no está. La moneda de cobre que puse en el suelo también desapareció. No puedo quedarme en mi casa. Dormiré con los vecinos.

***

No dormí nada. Mis vecinos dijeron que no escucharon ruido alguno. Ahora estoy en la librería del viejo Joaquín, quiero devolver el libro.

-Buen día joven. ¿Cómo le fue con el libro?

-No le diré nada Joaquín, solo se lo devuelvo, mejor no lo venda a nadie más.

-Está bien. Pero qué bueno que viene hoy, quería comentarle lo que pasó esta mañana. ¿Recuerda a Violeta? La policía encontró muerto a su marido, no saben de qué murió el infeliz, pero encontraron una moneda dentro de su barriga. La pobre Violeta no puede hablar, solo se sabe que perdió al bebé. 

Francisco Contreras
Quito-Ecuador 

Contacto: contreeltao@gmail.com

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