lunes, 9 de febrero de 2015

Bendita seas…

Estoy comprometida y llevo un bebé en el vientre, pero este hijo no es de él.

Cada mañana al salir de la cama no puedo pensar en otra cosa que no sea en mi hijo, en este fruto de la desgracia que va creciendo en mis entrañas. Falta poco para casarme y todos al ver mi barriga no dejan de murmurar, no dejan de lanzar elaboradas hipótesis sobre la procedencia de mi “bendición”. Mi familia ha escogido evitar el tema, no hablan conmigo, al igual que cuando eligieron a mi futuro marido. Mis vecinos dicen que es mejor que me case pronto, y así evitar la deshonra de ser soltera con un niño en brazos.

Quisiera que todos se callen pero preferible es que yo guarde silencio. Nunca pensé que a los 15 años estaría embarazada y con un matrimonio a cuestas.  Los días pasan cada vez más pesados y sin esperanza alguna, solo las visitas de mi prometido alivian esta situación, es dulce y parece que me entiende. Me habría gustado que aquella noche, el visitante que espiaba por mi ventana, hubiera sido él.

Una tarde me quede a solas con mi prometido, le conté todo, lloró tanto como yo. Me sorprendió que no se fuera, me asombró que no me golpeara o insultara. Decidió quedarse conmigo, abrazándome y mezclando sus lágrimas con las mías, compartiendo la misma vergüenza. Decidimos que sería nuestro secreto, doloroso pero nuestro.

Cada noche, al volver a la cama, se dibuja ese escalofriante momento en mi mente, no he dormido bien desde hace 6 meses. Es como si cada instante fuera invocado y sucediera de nuevo. ¿Cómo olvidarlo? Repasar las escenas, parte por parte, segundo por segundo, se ha vuelto mi ritual cada vez que miro el frío vacío de mi techo.
***
Es de noche y estoy sola en mi cuarto, espero con ansias que salga el sol y me libere de esta angustia, tengo miedo. No quiero que ese hombre vuelva. Miro la puerta y algo en mi pecho dice que esta se abrirá de golpe y mostrará su sombra proyectándose en el suelo. Nada puede calmar lo que siento.

Paso a paso, recuerdo que hace 6 meses me encontraba sola en mi habitación, como siempre, quería dormir y me acosté en la cama, totalmente despreocupada, pensando las comunes tonterías. Me estaba quedando dormida, escuché un ruido que provenía del exterior de la casa, no le di importancia e intenté dormir,  volví a escuchar ese ruido, esta vez más fuerte y más cerca. Levante la mirada y mi intuición se clavó en la ventada, no esperaba encontrar algo raro pero ahí estaban, observándome, unos ojos grandes y extraños. Esos ojos me paralizaron,  no podía  gritar y menos salir corriendo pidiendo auxilio. En un instante los ojos se esfumaron, sabía que lo vi. Comencé a respirar rápido, me levante de la cama con intención de ir hasta la puerta, pero esta ya se había abierto. Lo vi, era un hombre grande de cabello largo y barba de un viejo, no vestía harapos pero andaba descalzo. No dejaba de mirarme con esos horribles ojos, tenía en el rostro una maldita risa que mostraba sus podridos dientes. Se me acercó despacio mientras su brazo cerraba  la puerta. Se abalanzo sobre mí y tapo con su mano mi boca, me tumbo al suelo.  Intenté defenderme pero era inútil, era muy fuerte. Recuerdo la luz de la luna alumbrando su cara, dejándome ver esa locura emanada de su interior. Me levanto de los cabellos y me puso contra la pared. Susurraba a mi oído los planes más enfermizos que tenía en la mente. Me preguntó si es que yo era virgen, asentí con la cabeza. ¡Lo que diera por volver a ese instante y decirle que no lo era! “Bendita seas…” me dijo con una voz morbosa mientras su mano subía por mi cadera levantando la falda de mi pijama.  Apretó con más fuerza mi boca presintiendo el grito profundo  que vendría. Ahogo mis gritos, mi llanto, lo único que se escuchaba eran los susurros que daba a mi oído. Yo ya no aguantaba el dolor y la desesperación, mi único deseo era que me mate al terminar. Terminó, dijo algunas incoherencias y me empujó a la cama, sentí que sucumbí, mi cuerpo no respondía.  Abrió la puerta y solo alcancé a ver como su sombra salía del cuarto. Lloré y lo sigo haciendo mientras lo recuerdo.

Acabo de ver los primeros rayos del sol, eso me tranquiliza mucho. Sé que en pocas horas vendrá José a charlar sobre nuestra boda, además hoy visitaremos a su amigo Gabriel. Siempre dice que seremos felices, quisiera creerle.  Olvidar todo esto no será sencillo, los años y nuevas amarguras me ayudarán a seguir con mi existencia. Intentaré hacer una vida junto a José, él se preocupa por mí y hasta se hará cargo de un bebé  que no es suyo, él está seguro que será niño.  Incluso quiere que se llame Jesús.


Francisco Contreras
Quito-Ecuador