En un paisaje de
praderas y cerros rocosos, una cierva está pariendo. La noche cubre a ese fértil valle que reparte
mandarinas. Los 7 meses de embarazo
terminan junto al río, los otros venados miran de lejos muy atentos.
La madre está recostada
sobre el césped alto y una pequeña cabeza surge de sus entrañas. La cierva se
levanta, y salen dos patas, da tres pasos
y se deja caer con fuerza. El pequeño venado lucha con su antigua casa
para acariciar el nuevo mundo. La naturaleza sigue su curso con la misma
fluidez con la que sale el pegajoso venado.
El orbe alborota al
recién nacido. Sonidos, brisas y luces lo rodean, una lengua lo tranquiliza. La
cierva come la placenta y deja ver el pelaje manchado del nato. De repente el
crío ya no siente la lengua materna, pero él sabe qué hacer, el instinto lo
invita a buscar los jugosos pezones de
la madre.
El venadito se levanta,
pone sus cuatro patas sobre el césped alto, siente con el hocico el calor de
las mamas y abre los ojos. Mama y mama mientras observa el amplio valle. El
negro cielo cambia y los ojos se sienten dichosos. Lo extraño es agradable y
los sentidos se encuentran extasiados.
Satisfecho de tanta
leche y cariño, atontado con el valle, con las mandarinas, con los otros
venados que miraban de lejos. Su madre
se aleja y tiende su cuerpo en un
montículo de hierba seca. El venadito está parado ante la inmensidad, es el
centro del nuevo cosmos descubierto hace 20 minutos. El amanecer llegó y lo sorprendió,
siente el mimo de los rayos espaciales sobre su nuevo pelaje. La luz, la nueva
luz, le permite ver todo.
El instinto llama de
nuevo al venado chico. Sabe que tiene que ir al lecho de su madre y seguir
mamando. Sus patas tiemblan de inexpertas. Está listo para dar su primer paso,
pero un sonido le llama la atención. Gira su cabeza con dirección a los venados
que eran espectadores de su nacimiento. Fija su mirada en uno que tiene los
cuernos gastados. Es un venado viejo pero el crío no lo sabe.
Los espectadores se
alejan del veterano y se pierden de la vista del pequeño. El anciano exhala con
dificultad, agacha la cabeza y las patas le tiritan. El pobre viejo trata de
dar un paso, extiende su pata y cae al suelo, levanta polvo, los ojos en blanco.
El venadito ve con espanto las últimas convulsiones de vida que el anciano
regala al infinito. El instinto vuelve a golpear, ahora conoce la muerte.
El mundo dejó de ser
agradable. La curiosidad almacenada en el joven ser, se derramó junto al
complejo veredicto universal. ¿Qué hacer? ¿Dónde esconderse? No hay escapatoria.
Arrojado al mundo por el vientre de una cierva y atrapado por las garras del
instinto. ¿Cuál es tu voluntad pequeño venado? El vicio por la vida se consume
pronto y se cuenta a pasos.
Él no pidió nacer pero
aceptó con gusto ese regalo. El venadito no quiere caminar, no quiere emprender
ese paso fatal a lo incomprensible. El crío tiene miedo, se acuesta y cierra los
ojos. ¿Cómo explicar la angustia que atormenta esa pequeña cabecita? Ahora el
venado duerme en su propio lecho alejado de todos. Cree que durmiendo no
morirá. Pobre venadito recién parido que conoció la fragilidad del mundo. Paso
a paso, sentado o acostado, la muerte te llegará pequeño venadito.
Francisco Contreras
Quito- Ecuador
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